Esta leyenda se origina tras un muy triste suceso que ocurrió, se dice, en la finca de Juan Martínez, que está en el cruce del camino de La Orduña a San Alfonso, con el Libramiento.
Se cuenta que durante las fiestas navideñas, en la casa de “Las Valdeses” se realizaban fiestas que resultaban todo un éxito, sobre todo en cuanto al acostamiento y levantamiento del Niño Dios.
En una ocasión, a la celebración al ritual del Niño Dios la madrina Irene, una muchacha de La Orduña acudió con su mamá. En esos días la cosecha de café estaba en su apogeo y la madrina y su madre debían cortar el grano al día siguiente, precisamente en la finca que ahora pertenece a Juan Martínez, pero que en ese entonces pertenecía a los Pasqueles.
La fiesta se puso muy buena, había bastantes invitados y se realizaron los cantos al Niño Dios, se repartieron bocadillos como sabrosas galletas, colación, rompope, vinos, buñuelos y ponche muy calientito.
Así entre los cantos y deguste se hizo de madrugada. La madrina y su mamá se hallaban un poco preocupadas por la tarea que les esperaba al amanecer pues, antes de ir a la finca, tenían que ir al molino de nixtamal y preparar su bastimento.
Así que avisaron que se irían pese a que las anfitrionas les dijeron que era de noche y que mejor se quedaran. Ante la insistencia y respectivo rechazo de invitación a quedarse, se fueron solas pues nadie se animó a acompañarlas en su camino de regreso.
Salieron de la casa solo con unos cabitos de vela para alumbrarse. “Iremos con cuidado, no tenga pendiente”, dijo la madre de Irene y partió con su hija.
En el camino, uno que otro ruido las espantaba y hacía que corrieran. Ya cuando las velas se habían extinguido, al llegar al lugar denominado El Alto, un grupo de delincuentes las vio y las atacó.
Tomaron a la joven y le dijeron a la madre que se fuera. Mientras tanto la joven gritaba desesperada y pedía ayuda a su madre:
-¡Déjenme, déjenme, malditos! ¡Mamá! ¡Mamá!
-¡Suelten a mi hija, canallas! ¿Qué les hemos hecho nosotras? ¡Válgame Dios! ¿Quiénes son ustedes?
-¡Cállese vieja desgraciada! ¡Lárguese si no quiere que le vaya mal!
-¿Ya oyó? ¡Fuera de aquí, vieja jija de la chingada! ¡Pélese o se arrepentirá!
-¡Santo Dios! ¡Pero si nosotras no les debemos nada! ¡Déjenla, déjenla, por favor!
-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Sálvame, mami!
-¡Por piedad, muchachos! No le hagan daño y libérenla. Tengan compasión de las dos.
-¡Qué compasión ni qué nada! ¿Acaso es sorda o qué? Irene ya es nuestra. ¡Lárguese o también le damos su merecido, vieja pendeja, jija de la tostada! ¡Ándele, a chingar a su madre¡ ¡Órale!
-¡Mamá, mamá no me dejes! ¡Espérame! ¡Mamá, mamita, no te vayas!
La madre no tuvo de otra que salir corriendo a pedir ayuda. Llegó a La Orduña a pedir auxilio a su familia y autoridades del pueblo.
Cuando regresaron la enloquecida señora les indicó por dónde aproximadamente habían ocurrido los hechos y fue así como encontraron a Irene, pero ya era demasiado tarde, ella permanecía tirada sobre el suelo, ensangrentada y con el pelo enredado.
Así, surge esta leyenda, pues se dice que a partir de esa noche, se escuchan fuertes gritos y sollozos y que estremecen a la finca, la cual denominaron La Loca pues cortadores de café aseguran haberla visto en el mismo lugar desgreñada, portando un cabito de vela encendida y con la mirada perdida.